lunes, 30 de junio de 2008

De Maxi

Un relato de mierda.

Abrir la puerta, entrar, cerrar la puerta tras de mí, disponer dos cigarrillos y el encendedor, apoyarlos en el suelo; desnudarme completamente y doblar la ropa a un lado cuidando de que no se salpique, abrir la canilla del lavatorio, escuchar el sonido del agua, sentarme, encender el cigarro y libro en mano dejar salir la mierda.
En wikipedia pude leer que se trata de una expresión generalmente malsonante y polisémica; que expresa indignación y contrariedad dice la real academia.
Algunos ejemplos serán más que alumbradores para acomodarse a la definición.
¿Qué mierda pasó?
¿Cómo mierda pensas eso?
¿A dónde mierda te crees que vas?
¡A la mierda!
Es una mierda
Y un sin fin de voces tanto de interrogación como de júbilo que podríamos citar.
La palabra que ya se ha hecho presente no es otra que la mismísima Mierda.
Como ferviente impulsor de su expulsión indiscriminada es que me dispongo a abordar este tratado sobre la mierda. Aunque sea malsonante y polisémica su pronunciación, como bien dice wiki, la palabra trae consigo cuestiones de alta observación filosófica.
Cuantas veces me ha tocado oír la tristemente célebre siguiente frase:
-Nooo, yo entro cago en dos minutos, me limpio el culo y ya esta-
Ah! Que feo. Que falta de respeto por sí mismo y por el otro. Que descuido.
Como si la mierda fuera una cosita así no más.
Es preciso que narre el episodio que me acercó a entender la cosa de otra manera y que me hizo pensar en el gran bien que uno se hace y le hace a los otros sacándose la porquería de adentro.
A los 18 años, cuando yo ya era un mozo grande y trabajador con barba y pelos por doquier, me cagué como no lo había hecho nunca antes hasta la fecha, en Avenida Rivadavia altura Once.
Fue muy trágico para mí. Muy violento.
Usted seguramente recordará alguna situación vergonzante como esta en su vida y todo lo que ello acarrea: el calzón que se infla y se infla y se infla y no hay modo de frenarlo, el calzón que se infla hasta que la masa informe encuentra un hueco y cual viborilla picarona, desciende por la pierna llevando dolor y atrocidad hasta culminar asomando la cabecita por debajo de la bocamanga.
Sobreviene el pánico, la pavura, la alarma. El rostro desencajado. La desesperanza. El ganas de correr hacia algún sitio. Porque uno es conciente de que hay que solucionar el imprevisto antes de ser descubierto y ajusticiado.
Y entonces es peor porque pasada la primera impresión uno descubre que también se ha meado, que no hay solución posible, y que el olor se ha expandido por los cien barrios porteños. Lo siguiente es aceptar la derrota y la humillación. Poner la caripela.
Aquella vez que me cagué en Rivadavia altura Once no puede otra cosa que atarme el buzo a la cintura y esconder las pruebas que delataban mi condición de ser humano despreciable. Caminé por la calle evitando a los peatones que de todas formas repelía mi figura. Los autos cerraban las ventanillas al pasar a mi lado y las madres tapaban los ojos a sus niños.
Al llegar a casa papá me abrió la puerta como para darle un cierre estrepitoso a la cagada. Quise despistarlo, que un padre te vea así es muy vergonzante. Le dije que me sentía mal y que tenía ganas de vomitar que me urgía el baño. Me dijo ¿Te cagaste pedazo de boludo?
De los sadismos cometidos en el baño para borrar las huellas no voy a dar detalles. Sí diré que en poco más de una hora toda la familia estaba al tanto del suceso y me miraba como se mira a un perro agonizando.
Desde entonces me dije que la mierda es algo muy importante como para tomárselo a la ligera.
Quienes la guardan con avaricia son proclives a rencores y humores malignos.
En mi caso apenas siento un aviso voy. No importa donde esté.
Como especifiqué antes trabo la puerta, me pongo en bolas y hago lo que tengo que hacer. Si no hubiera traba siempre llevo en el bolsillo medio broche ya que el ritual no puede ser demorado.
En cuanto a la calidad del excremento viene al caso decir que lo he moldeado a mi manera y que no solo yo puedo hacerlo si no también cualquiera que se lo proponga.
Debe ser ni muy anchito (porque duele) ni bolita (porque salpica para arriba); ni muy rasposo ni muy largo porque impresiona. Siempre uniformes, suaves, sedosos, mismo tamaño y mismo peso. Al concluir nada de papel, eso es ser roñoso al pedo. Bidet y jabón. Si no hay bidet se junta agua en un tarrito estirando la mano hasta el lavatorio. Si el lavatorio esta lejos se camina hasta el medio encorvado, para no perder nada en el camino, se trepa y se termina la faena a lo grande. A tal efecto el broche estará asegurando la puerta así que nada de que preocuparse.
Lo que importa es sacarse la mierda. Sacarse la mierda como metáfora.
Hace poco en el Tinku boliviano muchos detractores decían:
…”escudados en una práctica ancestral estos pueblos se enfrentan en una lucha ridícula causando heridos y derramando sangre innecesaria…”
Los participantes en cambio decían ni más ni menos que:
“Nos juntamos y nos sacamos la mierda”.
Y hete aquí el meollo del asunto. ¿Porqué guardarla?
Parece ser una constante la queja. Se ha puesto de moda. Siempre estuvo de moda con expresiones como “que país de mierda”, “sueldo de mierda” “somos una mierda”.
Pero… ¿y quien se saca la mierda?: pocos. Muy pocos. Es preferible contenerla en este mundillo de pseudos seguridades que nos hemos creado, en donde hay que acostarse temprano para ir a laburar porque el trabajo dignifica, en donde conviene no mirar mucho porque te indignas, en donde no vuelvas tarde a ver si te pasa algo, en donde si te guardas dos monedas de un peso por día en una botella de coca cola a fin de año te compras un jueguito para la play, en donde abundan los barrios cerrados y las puertas blindex para guarecerse del olor, no el de los otros, si no del olor a nuestra propia mierda.
Prueba de esto es el mercado que se ha generado alrededor de los guardamierdas: desde laxantes de todo tipo hasta esas típicas publicidades en donde una mujer le dice a otra frotándose la panza:
-mmmmmRRRmmm, no sabes como estoy-
-¿Qué pasa no me digas que tenés un atorito?-le dice la otra.
-Si no te imaginas hace 15 días que nada-
-¿Y porque no probas con este yogurt?-insiste la otra con cara de cagar como un burro con colitis. Finalmente las dos amigas aparecen abrazadas en un hermoso plano tirándose por el tobogán y saludando a cámara.
Lógicamente si uno se ha aguantado quince días con la porquería dentro lo menos que puede hacer es tirarse por un tobogán con cara de estúpido.
Para ir finalizando una formula matemática simplísima, de tercer grado que viene justo al caso y que es la siguiente:
Si a A -------àB; a B---------àC. Dicho de otra forma si a A que es una persona le sucede B que son las ganas de ir de cuerpo, seguro que C, que es sentarse y cagar como Dios manda. El problema radica en la alteración que le hemos infringido a la fórmula. Y que viene a ser si a A------àB; a B---------àB1. B1 es aguantársela y quedarse con la porquería adentro.
El tema señores es respetar a C y realizar la tan demodé “revolución individual”. Como los sabios bolivianos del norte de Potosí sacarse la mugre, sacarse la mierda.
Ya que sucios por dentro no es mucho lo que se puede pretender.

Husmeadores de la Noche

Con un Locro Ritual comenzamos el viernes pasado (25 de Julio) el nuevo ciclo de encuentro de poetas, escritores, musicos, bailarines y otras yerbas. Lo haremos los segundos y cuartos viernes de mes en el Restaurante "fina estampa" CAMARONES 1599 (Donato alvarez y camarones, a pasos de Juan B. Justo) Se llega a las 23,30hs, se comparte u n lindo locro y luego pasamos a desgranar la noche, entre todos. Es microfono abierto, no se cobra entrada y y hay seleccion ni de personas ni de temas ni de contenidos, es un ambiente totalmente de libertad. Los invitamos a todos los que quieran participar y husmear en la noche.